El aire en La Laguna ha tomado ese color especial que septiembre pinta en las tardes. Celebramos las Fiestas del Cristo. Ofrecemos, desde hace siglos, nuestra devoción más sincera al Doliente, al que veneramos en el lugar de su martirio.
Esta ciudad y sus gentes nos rendimos, un año más, ante el misterio insondable de la mirada del Crucificado moreno que nos hace arrodillarnos a su paso, manifestándole el respeto que, en tiempos ancestrales reservábamos a otros reyes.
Desde que recalara en este lugar como un don nunca esperado, nunca merecido por nosotros, gente austera y respetuosa, hace ya más de cinco siglos, los laguneros no hemos vuelto a ser los mismos. Ha cambiado nuestra visión del mundo, que se tamiza ahora a través de los ojos dulces y misericordiosos del Cristo.
Como expresión de respeto, nuestras calles que empiezan a mojarse con el sereno que anuncia el fin del verano, vibrarán con el clamor del silencio que estremece y acompaña al Nazareno en su incansable procesionar por La Laguna. Pero también se manifestará nuestra alegría. La de saber que poseemos, custodiada en el convento de San Francisco de Las Victorias, una joya patrimonial y votiva que se erige en uno de los objetos de culto más señalados de este Archipiélago.
Por ello, desde el día 2 en adelante, la música de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, los conciertos, actos culturales y lúdicos y la espectacular exhibición de fuegos artificiales congregarán a miles de personas en San Cristóbal de La Laguna para mostrar al mundo cómo la primera ciudad de Paz de Occidente, capital histórica, universitaria y religiosa de Tenerife funde, una vez más, las mil tradiciones vivas en su acervo cultural para cumplir, renovar y ampliar su promesa de amor al Cristo.